domingo, 17 de mayo de 2015

Un cuento más...y una leyenda!!!!

Aquí les dejo otro cuento- Este es un relato tradicional también como el mito pero que tiene elementos distintivos. El segundo se  conoce como leyenda...Espero les gusten, los comentamos en clases....

Escuela de Hechicería /  Anónimo
Había una vez, en algún lugar del mundo (nadie sabe dónde), una escuela que se llamaba la Escuela Negra. Allí los alumnos aprendían hechicería y toda clase de artes antiguas. Donde fuera que estuviese la escuela, se hallaba en un sitio subterráneo; y era una inmensa sala que, como no tenía ninguna ventana, siempre estaba a oscuras. Tampoco había maestro alguno, sino que todo se aprendía en libros cuyas letras de fuego podían leerse en la oscuridad. A los alumnos nunca se los dejaba salir al aire libre o ver la luz del día durante el tiempo que permanecían allí, que era de cinco a siete años. Al cabo de este periodo, habrían adquirido un conocimiento completo y perfecto de las ciencias que debían aprender. Todos los días, una mano gris y velluda surgía a través de la pared con la comida para los estudiantes y, cuando estos terminaban de comer y de beber, se llevaba de vuelta los cuencos y las fuentes.
Pero una de las reglas del lugar era que su dueño se apoderaba, cada año, del alumno que abandonaba la escuela en último lugar. Considerando que era bien sabido por todos que el amo era el diablo en persona, pueden imaginarse el tumulto que se armaba cada fin de temporada; todo el mundo hacía lo posible por no quedar rezagado.
Sucedió una vez que fueron a la escuela tres islandeses; se llamaban Semundur el Sabio, Kálfur  Arnason y Haldán Eldjársson; y como los tres llegaron al mismo tiempo, supuestamente los tres partirían, también, al mismo tiempo. Semundur afirmó que sería gustosamente el último en irse, lo que dejó a los otros muy aliviados. Se echó entonces encima un capote holgado, pero no pasó sus brazos por las mangas ni lo abrochó.
Una escalera conducía desde la escuela al mundo exterior y, cuando Semundur estaba por ascender por ella, el diablo lo agarró y le dijo:
--¡Tú eres mío!
Pero Semundur se desembarazó rápidamente de su capote y escapó a toda velocidad, dejando al diablo con la prenda vacía. En el momento mismo en que salía al mundo exterior, la pesada puerta de hierro se cerró de golpe a sus espaldas y lastimó a Semundur en los talones. El joven dijo entonces: “Me venía pisando los talones”, palabras que desde entonces se convirtieron en un dicho.
Así, Semundur se las ingenió para escapar de la Escuela Negra sano y salvo, junto con sus compañeros.
La Leyenda de Chaltén
El pueblo Chónek creado por Kóoche (Dios), vivían en estado salvaje, luchando mano a mano con las fieras, para procurarse el sustento y abrigándose en grutas. Un niño excepcional llamado Elelal, que no era de su raza, es salvado de las garras de un gigante merced a la oportuna intervención del cisne (kóokn) quien en vuelo sin etapas, lo traslada de la isla donde había nacido, a las yermas tierras patagónicas, depositándolo en la cima de la más hermosa e imponente cumbre patagónica: el Chálten, el Fitz Roy de la geografía actual. Pasa allí tres días, alimentado y protegido solícitamente por las aves que le habían acompañado.
Librado luego de sus popios medios, tiene que luchar con tres enemigos que le acechaban para quitarle la vida: el frío, la nieve y el viento. Se defiende del primero golpeando unos pedernales y produciendo el fuego; del segundo, fabricando el toldo (kaú) con pieles de guanaco, y del tercero, utilizando la capa (kai). Inventos que transmite a sus amigos, los aónikenk, junto con el arco y la flecha para defenderse de las fieras. Es por eso que el Chalten o Fitz Roy era el cerro sagrado de los aborígenes sureños.
El mismo protagonista tesmóforo, después de haber vivido mucho tiempo, entre sus amigos, dándoles sabias normas de vida y de moral, fue a buscar a la hija del Sol, el lucero matinal (Kawó), conducido en forma de pajarillo por su propia madre, que se había metamorfoseado en un espléndido cisne de poderosas alas.
Después de vencer tres sutiles ardides tendidos astutamente por el Sol, logró la mano de la doncella al colocarle el anillo misterioso que estaba oculto en lo más recóndito de una profunda caverna.
Allá arriba, al lado del Sol, espera a sus amigos, los aónikenk, y les ofrece caza abundante en los mundos del espacio. Como prueba de su buena voluntad, dejó impreso en el cielo el rastro del avestruz, choiols, la constelación y la Cruz del Sur, para indicarles el camino que habían de seguir. Por eso, el patagónico mira con gusto el cielo estrellado.
Allá están sus compañeros divirtiéndose con perpetuas cacerías, como lo demuestran esas nubes blancuzcas, las nubes de Magallanes, que es el polvo que levantan las manadas de guanacos al disparar.

Y lo dice también ese gran callejón blanquecino, La Vía Láctea, por donde pasan a la carrera los cazadores, sembrándolo con  las plumas de los avestruces que han cazado. 

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